«Brevedad será siempre el resultado de haber realizado la intervención que mejor se adapte a las personas, y no resultado de la aplicación de una técnica que se apresure en lograr resultados».
Después de esta cita que encontré por internet y que me encanta y la verdad aún no se de quien es, os explico brevemente (como a mí me gusta) el por qué escribo este post. Mi objetivo en esta ocasión es puramente egoista y nulamente informativo, así que voy a echar por mi boca (o en este caso por mis manos) lo que a menudo me pasa por la cabeza antes, durante y al final de una consulta de psicoterapia con una persona, cliente o paciente (como lo querais llamar). Se parecen a destellos de ideas que a menudo entran en mi cabeza y me atormentan por ser como son; como ideas intrusivas que no quieren irse y otras ocasiones me ensalzan a lo más alto, ambas igual de importantes para que acabara siendo quien soy hoy, una «psicoterapeuta».
Ahora que lo pienso durante más tiempo, ni siquiera sé si hay alguien por ahí a quien le interesen mis reflexiones y mis ideas a veces un poco divagadoras, pero creo que quizás estas palabras me sirvan en algún momento de mi carrera para reflexionar sobre mi reflexión, valga la redundancia.
Normalmente en un día cualquiera de mi trabajo llego a casa tras cuatro o cinco sesiones de terapia y la verdad es que muchas veces ¡acabo reventada! psicológicamente el trabajo me machaca, debería echarme en el sofá y no hacer nada por hoy pero mi mente lucha en contra de esta oferta, no consigo convencerme a mí misma ni por un instante. Mi mente va a mil por hora con ideas que a menudo las clasifico como locas y vuelvo a repasar las sesiones del día con tazas incontables de té y café (mi mesa es un desastre) y me preparo las que vendrán mañana.
Con frecuencia pienso que soy verdaderamente afortunada por dedicarme a lo que me gusta, a menudo hablo con amigos de la infancia y comentan lo aburridos que son sus trabajos, que por X euros más al mes cambiarían sin dudar a cualquier otro oficio y que en su puesto de trabajo ven pasar el tiempo deseando que sean las 19:00 para salir de allí e irse a tomar unas cervezas. Y entonces me doy cuenta lo feliz que soy por poder dedicarme a mi gran pasión, la psicoterapia (sueno un poco cursi, pero bueno).
Esto tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, supongo que como la mayoría de cosas en la vida, como por ejemplo; me es difícil aislar mi vida personal de la profesional, me voy a casa y sigo pensando que la sesión de X habría ido mejor si le hubiera propuesto otra cosa, llegando a ser tan crítica conmigo misma que puedo alcanzar a pensar que no valgo para esto que ¡mejor lo dejo!, la estabilidad tienta tanto como el diablo y yo no iba a ser menos. Luego llegan esos días que la euforia te sale por los poros diciéndome a mí misma que soy una gran profesional, poniendo por la calle una de esas sonrisas de las que si te la cruzas la miras de forma desconcertada. Esto es un tiovivo de sensaciones y emociones, quizás es lo que engancha a esta droga tan dura que es la psicoterapia. A veces te encumbra y otras te hunde en la más asquerosa miseria.
Día a día llego a mi consulta y trato de ganar la partida de ajedrez frente al síntoma, esos problemas que la gente me lanza y que a menudo son más listos que yo. Intento luchar contra él, hacerlo desaparecer, pisotearlo, atacarle por la retaguardia, golpear donde más le duela e incluso darle tanto la vuelta que a menudo pierdo el norte. Entonces, rendida y agotada de la batalla, un destello de luz me ilumina la mente, me guía y caigo en la cuenta que este síntoma está ahí por alguna razón y que es posible que exista un beneficio para la persona que está delante de mí y concluyo que solo me queda más que cuidarlo. ¡Qué curioso!, el problema no era su enemigo, sino su aliado y también debe ser el mío, ¿Por qué no me di cuenta antes?, es algo mágico y misterioso al mismo tiempo.
Sin enterarme me había dejado llevar por ese círculo vicioso, intrusivo y perverso que es el de la lucha frente a el síntoma, de aplicar con más fuerza las soluciones que no funcionaban, intentaba pasar de 0 a 100 con grandilocuentes cambios que solo conducían a “resistencias” (sin duda culpa mía) por parte de mi paciente, maldito ego de psicoterapeuta. “El camino de las mil millas comienza con un solo paso”, y un pequeño cambio. Fallé en la técnica y en la comunicación, mis pilares básicos.
Cuando no lucho parece que todo fluye; yo, mi paciente, la terapia y la solución aparece delante de mis narices. Ahora me doy cuenta que le dedicaba un tiempo muy valioso a lo que no me importa nada en absoluto y había arrastrado a mi paciente conmigo ¡error! Mi paciente no es el que había cambiado la forma de ver el problema sino yo me había pringado con su perspectiva. Bueno, creo que fue Churchill quien dijo que “El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”, una vez más la terapia breve me hizo abrir los ojos y ver mi desliz.
Muchas veces en consulta nos empeñamos en luchar y dar toda nuestra motivación a la terapia, creyendo que con la lucha frente a frente se ganan las batallas. Pero día a día me doy cuenta que esta estratagema, aunque cargada de buena voluntad y sentido común, se vuelve inútil e incluso frustrante para nuestro cliente y para nosotros mismos. Las personas acuden a nosotros para que les facilitemos el cómo llegar a sus objetivos, ya que ellos antes de venir implantaron soluciones que no han funcionado y para ello la lógica estratégica nos dice que es inútil seguir por ese camino que marcaron los pacientes aunque sea el más lógico para ellos. Debemos pensar que la lógica ordinaria y racional de causa-consecuencia para los problemas humanos no existe, la mente humana no funciona así. Las paradojas se instalan en nuestra vida y a pesar que las consideremos contradictorias, ellas están ahí y debemos convivir con ellas y cuando nos proponemos combatir para eliminarlas acabamos más enfangados en ellas. Un problema no es problema si no intervenimos en él intentando ponerle solución.
Por ultimo concluir, que esta breve reflexión u opinión se basa en mi experiencia profesional, en el trabajo de años y en aplicar la terapia breve estratégica a problemas de la vida diaria, en especial a dificultades de pareja y sexuales. No quiero decir con ello que otros estilos de terapia no sean útiles y den resultados, solo que esta forma de trabajar es la que me hace sentirme más cómoda y creo mejor se adapta a mí y a las personas que acuden a mi consulta.
Releeré esto con el tiempo y ….
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